Una distopía: desear vivir en una isla desierta

Una distopía: desear vivir en una isla desierta


Unos conocidos decidieron comprar una parte de una pequeña isla donde vivían solo varias familias de pescadores, en un lugar de las Filipinas. Un lugar remoto no por la distancia sino por el modo de llegar. Desde Manila  se debía volar a un pequeño aeropuerto de pista de tierra, solo apto para desvencijadas avionetas, y desde dicha isla en barca, durante tres horas de navegación se llegaba a Isla Esmeralda, donde asentaría un complejo hotelero orientado a turistas europeos.

Con cuatro lodges construidos, de la docena que se pensaba edificar en aquel lugar estos neo-empresarios, intentaron explotarlos ya que los recursos financieros de la familia menguaban con rapidez. No había energía eléctrica en la isla, solo un generador que funcionaba cuando tenían huéspedes para mover unos ventiladores en el techo que suplían un necesitado sistema de aire acondicionado.

 Unas enormes moscas cansinas revoloteaban durante el día y que se colaban en el comedor y en el dormitorio. En el exterior eran insoportables. Por las noches enormes mosquitos e infinidad de insectos y roedores salían ni se sabe de dónde. ¡Y ese calor tropical! Un calor capaz de enervar al ser más templado. El paisaje era tranquilo siempre que no soplara un tifón ya que el resort, como ellos llamaban a estas minúsculas cabañas, estaba a barlovento de la isla y soportaba con descaro estas calamidades naturales.

Jacinto, el hijo mayor de la familia de emprendedores aventureros,  que en conjunto, decidieron aceptar esta aventura, a sus 26 años de edad añoraba las frescas noches sentado en la terraza de un bar, cara a una Alhambra iluminada, hablando con sus amigos. Añoraba, la civilización, que él abandonó tras un doloroso fracaso sentimental que lo llevó a la desesperación, también echaba de menos sus visitas a los museos de la ciudad y al teatro que tanto le gustaba. Pero no podía arrepentirse ahora ¡cómo abandonar esta aventura cuando antes juraron los cuatro, los padres, su hermana Carmen, que quería ser monja porque era coja y nunca tuvo novio, y él mismo, no abandonar este proyecto familiar!

¿Una isla desierta? Solo para los fatuos y los cretinos. La civilización, la gran ciudad, el barrio bonito y elegante es lo que llena de verdad. La soledad, para los ermitaños.

 

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