¡Por fin en América!

¡Por fin en América!


Adela llevaba viviendo en San Francisco de California desde hacía años. Ella siempre deseó trabajar y vivir en SF desde que era una jovencita de Sesori, un pueblo de El Salvador. 

Adela a veces recordaba aquel miserable y sórdido pueblo salvadoreño, donde  pasó tanta hambre y tantas humillaciones. Desde su pubertad y temprana juventud Adela trabajaba de criada en la mansión de los Aguirres, unos terratenientes criollos, mafiosos y ladrones, a cambio de poder comer todos los días y de recibir, algunas veces, ropas desechadas de la señora de la casa. 

Adela con el tiempo deseó emigrar a los Estados Unidos, a ese país donde dicen que cada ciudadano vive en una bonita casa con césped en el jardín y conduce un magnífico carro. Lo intentó y pasó lo indecible hasta poder llegar clandestinamente a los Estados Unidos. 

Ya estaba allí ¿y qué? Ella tiene  ahora 26 años de edad y se dedica todavía a limpiar oficinas. Deseaba que pasara un año para subir de categoría profesional y poder manejar una máquina pulidora conduciéndola, sentada y descansada, como hacía María, una portorriqueña orgullosa porque chapurreaba el inglés mejor que las demás.

Recordó, cuando aun vivía en El Salvador, y veía aquellas revistas de Vogue que recogía de la papelera de su ama para ver lo bien que vivían las chicas de su edad en Los Angeles o en San Francisco. Ella anhelaba ser igual. ¿Por qué no?Todas somos hijas de Dios, decía para sus adentros.

-Madre, me voy a América -dijo un día de sopetón a su madre, ya idiotizada por la miseria y por haber tenido catorce hijos de un hombre borracho y vago. 

-Haz lo que quieras- dijo la madre sin dar importancia a la decisión de su adolescente hija de 17 años de edad.

Adela tenía la decisión de viajar hacia California, el Paraíso de US como decía el Vogue en un anuncio de turismo. Una edad peligrosa para una chica tan joven y si además no tenia dinero, mucho peor. No dejó que varón alguno la tocara, no porque no le gustara, sino para evitar quedarse preñada y torcer el rumbo de su vida.

En la década de los años 70 la forma común de cruzar la frontera de México con US era con la ayuda de un coyote, pero un coyote honesto y conocido, aunque fuera caro. De los que no abandonaban a los migrantes en un secarral mexicano diciendo que ya estaban al otro lado.

Adela llegó a México DF con grandes dificultades. Allí trabajó de sirvienta durante un par de años para poder ahorrar  para pagar al "pasaje" y llevar  ocultos en las bragas, en un bolsillo secreto,  unos centenares de dólares americanos. 

Tuvo suerte. Desde El Paso a San Francisco salió una furgoneta de ilegales, a 500 dólares cada uno. Lo tomaba o lo dejaba. 

Había mucho trabajo para los ilegales en San Francisco. A los dos días de su llegada encontró trabajo en Cleaning and Co. cobrando la mitad del salario mínimo autorizado. 

Actualmente, Adela lleva una década limpiando la suciedad de los americanos . Vive en un cuartucho de la periferia lumpen de la ciudad y además tiene un hijo subnormal, de cuatro años de edad, que le hizo un capataz de Cleaning.

Encendió un pitillo, se encontraba sentada sobre el tranco  de su mísera vivienda, dio una bocanada al pitillo, contempló la miseria que le rodeaba y exclamó con tristeza: ¡Por fin en América! 

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