Sobrepeso

Sobrepeso

-Jacinto, ya sabes, no dejes de dar tu paseo mañanero. Te lo recomendó el médico para bajar esos quilos que tienes demás- recomendó cariñosamente su esposa.

-Llevo tres semanas caminando y no noto nada- dijo lacónicamente Jacinto a su mujer. 

Era a finales del mes de mayo; amaneció un día precioso que iluminaba esos paisajes costeros chiclaneros tan fotografiados por los turistas.

Jacinto hoy no paseó por la orilla de la playa, como era su costumbre. Cambió el recorrido, caminaría por los pinares costeros que estaban espléndidos aquella primavera. 

Se introdujo en el pinar y al rato oyó hablar en algarabía. Espió entre unos lentiscos y observó como tres individuos excavaban en la arena suelta  mientras unos fardos esperaban ser escondidos. El corazón de Jacinto galopaba en el pecho del orondo jubilado al comprender que unos contrabandistas de hachís iban a enterrar un alijo en el pinar. Jacinto quiso salir de allí con cautela cuando notó en su cuello el frío acero del filo de una navaja. -Paisa, ¿que haces aquí espiándonos? 

Jacinto no pudo contestar, la garganta se le secó de golpe por el terror, se sentía perdido.

Jacinto tuvo que ayudar a los contrabandistas a excavar el hoyo para enterrar el alijo. Sudaba más de miedo que por el esfuerzo.

-Ahora te vas con éste -dijo el que parecía ser el cabecilla- y le ayudas a hacer otro hoyo en otro lugar, no aquí.

En el Diario de Cádiz del día 30 de mayo de 1996 apareció la foto de doña Julia, esposa de Jacinto, suplicando a los lectores que le dieran información acerca de su esposo, desaparecido, mientras paseaba por la playa, hacía una semana.

Algunas vecinas de Julia comentaban que a lo mejor se había fugado el vejete con alguna pelandusca; otras reían y decían que como esa bola de sebo, sin dinero y feo, podía haberse fugado con una mujer. 

Meses después de la desaparición misteriosa de Jacinto la esposa no pudo cobrar ninguna ayuda del gobierno. No era viuda, ni separada sino una esposa con marido desaparecido. Sus magros ahorros se acababan y, por lo tanto, sin apenas ella saberlo ingresó en el  nefasto club de personas con riesgo de exclusión social, antes conocido como pobreza. 

Julia movió nerviosamente el azúcar en su taza de café instantáneo. Se subió el tirante del sujetador tirando pellizcos a través de la blusa mientras se dijo, torciendo su boca en señal de desaprobación: Y todo este follón por culpa del sobrepeso de mi marido.

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Churros (Un Cuento de Navidad)

Altos Cargos Políticos ¿Una nueva Aristocracia?

Un cuento onírico: El ornitólogo