Nenes, que no se nos muera el abuelito

Nenes, que no se nos muera el abuelito

(Un cuento casi negro)


Ring, ring... -llamaron a la puerta. ¡Por fin llegaste! -exclamó la madre abrazando a su hijo recién llegado de Barcelona. 

¿Qué es eso tan secreto que no podía explicármelo con un WhatsApp?

Siéntate, hijo, que te explique.


Adela tuvo mala suerte con los hombres. Primero con su padre, un bodeguero jerezano que arruinó a la familia debido a su afición al juego y a las putas. Después con su marido, que se cansó de la familia cuando ella se quedó embarazada de su tercer hijo.

Adela recuerda que siendo una mocita se daba cuenta de la decadencia familiar por las cuentas en rojo que  presentaba el administrador a su madre, una beata semi boba que siempre decía lo mismo "de eso yo no entiendo, eso es cosa de hombres".  Era tonta, era imbécil la madre de Adela que no se quería enterar de la crisis económica en la que estaba cayendo hasta que el cabrón del marido se pegó un tiro cuando se vio en la ruina total. 

Adela se quedó sola a sus recién 25 años cumplidos; la madre soportó bien la miseria porque era un ente idiotizado que se consolaba con los santos y los triduos.

Años después, ya con 30 años de edad, tuvo que casarse con alguien que la pudiera redimir de tantas penurias aunque afortunadamente su madre se fue al cielo.. tontamente. 

Adela se vio sola, muy sola hasta que conoció a un Mendoza. Un guapo jerezano de ojos negros y porte canallesco que decidió casarse con ella por su  rostro precioso y por su exuberante cuerpo. Sus únicos atributos. Tuvieron dos hijos.

 Arturo Mendoza de Sotillo era un exitoso abogado. El abogado de los señoritos, le llamaban. Ganaba mucho dinero que la familia gastaba para vivir muy bien, casi en el exceso.

Una mañana, dos horas después de marchar don Arturo a su despacho, Adela se levantó y se encontró sobre la mesa de la cocina un sobre con una nota en su interior:

"Me voy a México. Te dejo todo excepto el dinero del banco. Que tengas suerte en la vida."

Con esta escueta nota Adela comprendió que había sido abandonada, así de simple,  con dos hijos y otro hijo en camino. Una tragedia. Lloró y se auto culpó por el abandono conyugal. Para nada. Hasta que el abuelo, el padre de Arturo Mendoza se apiadó de ella y de sus nietos y le dijo que podían mudarse a su gran casa ya que el lujoso piso donde vivían era de alquiler.

El abuelo Jacinto fue la salvación. Recibía mensualmente una alta pensión por haber ostentado un alto cargo en el gobierno, más la renta de tres pisos que tenía alquilado en el centro de la ciudad.


Pero mamá ¿para qué me has hecho venir desde Barcelona? -insistió el chico a su atribulada madre.

El abuelo está en la finca -explicó la madre con tristeza- pero enterrado bajo el nogal que tanto amaba. Se murió, era muy anciano. Tu hermana y yo, él todavía con la piel cálida, lo sentamos en su silla de ruedas y lo subimos, a plena luz del día, con una bufanda tapándole casi toda la cara y sus eternas gafas oscuras puestas, a la furgoneta adaptada y lo llevamos a la finca. Allí lo enterramos, eso sí, después de rezarle durante el trayecto.

¡Y que pinto yo en todo esto? -preguntó alarmado el hijo

Mucho, hijo mío. Tu trabajabas de transformista en una sala de fiesta en Barcelona. Imitas muy bien a quien te propongas. Dentro de una semana el abuelo debe ir al banco para sacar los quince mil euros trimestrales, como siempre hizo.

 Esperamos de ti, tus hermanas y yo, que haga tu mejor actuación por la familia.


Aquí llega el viejo cascarrabias, el de los quince mil euros. Lo trae en la sillita de ruedas su hija, que por cierto está muy buena -dijo un empleado a otro del Banco Sherry.

-Buen día don Jacinto -saludó el empleado cejijunto mirando el escote generoso de Adela que empujaba al abuelo.

El anciano apenas emitió un gruñido, como siempre. La única que hablaba y repartía sonrisas y se movía con picardía por el banco era Adela. 

Aquí tiene usted el sobre y firme en la tablet como usted pueda.

Dígale al director -ordenó Adela con una amplia sonrisa- que necesitamos hacer un poder para que yo venga en lugar del abuelo, que está cada vez más torpe.

Descuide usted doña Adela, que no habrá inconveniente alguno.



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