El moto-carro asesino (Un cuento basado en hechos reales, como dicen en las películas de serie B)

El motocarro asesino

Jacinto era chatarrero. Compraba todos aquellos materiales de derribos de obras o de casas abandonadas o de  talleres escuetos o de ladronzuelos de chichinabos para revenderlos en el almacén central para ser fundidos en Jerez o en Sevilla.

El problema de Jacinto era cargar un carrillo de dos ruedas y tener que subir, arrastrándolo, la empinada cuesta hacia el Barrio Alto que era donde estaba el almacén. A veces conseguía que dos niños colilleros le ayudaran a cambio de unas perras gordas (era a finales de los años 50 del pasado siglo cuando por tres pesetas  al día se pagaba a un jornalero). 

Jacinto trabajaba como un mulo. Su esposa Adela, pequeñita, renegrida y contrahecha se quedaba en  un portalillo lleno de cachivaches  mientras que él recorría la ciudad en busca de material. 

Una tarde, mientras Adela se amodorraba bañada por el solecito de invierno que salpicaba el interior de su tienda, saltó de susto y luego de emoción cuando vio llegar a su esposo a bordo de un flamante Isocarro de 125 cc. Lo había comprado a tocateja; entonces no existía la venta a plazos. Lo había comprado con el ahorro acumulado durante varios años. 

Se acabaron las penas por tener que empujar el carro cuesta arriba hasta la Plaza de la Paz del Barrio Alto y de allí, ya en llano, hasta el almacén que se encontraba en El Palmar. 

Y podemos, dijo a su esposa mientras le mostraba con detalles el motocarro, ir al Rocío. Le ponemos un toldo y  hala, al Rocío. No por el Coto, que hay mucha arena sino por Sevilla. Como Dios manda, por la carretera. 

En el lateral del motocarro había una placa que indicaba que la carga maxima era de 300 kilos. Consejo que Jacinto ignoró. Él cargaba el vehículo hasta los topes y si cuando arrancaba y metía la primera velocidad subía la cuesta, acelerando a tope, era que la cosa funcionaba bien.

Un día cargó el motocarro como acostumbraba, arrancó y aceleró haciendo un ruido tremendo. El vehículo subía con pereza, estaba a punto de explotar, pero subía, hasta que la bujía saltó del motor y atravesando la barbilla y el paladar de Jacinto se le incrustó en el cerebro. Murió al instante. Mientras que el motocarro se caló dando un saltito  también de muerte.

Voces, gritos y alguien que avisó a la recién viuda. Adela subió la cuesta empedrada dando alaridos. Cuando llegó al lugar del suceso, con mucha gente curioseando, tomó un trozo de tubería y golpeó con furia a la máquina mientras gritaba a pulmón salido "Asesino, que eres un motocarro asesino"

 

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