Memorias de un gato ácrata

Memorias de un gato ácrata

"Sí, reconozco que antes de ser un gato libertario fui un gato burgués; criado entre cojines y comiendo pienso de importación.  Todo amor y cuidados de mis amos.

Vivía bien pero siempre estaba muy aburrido. Bostezaba, cambiaba de lugar y dormía. Miraba a través del vidrio del ventanal pasar gentes por la calle y animales alegres: perros y gatos. Me daba envidia ser como ellos, libres y sueltos, sin mermeladas amorosas ni carantoñas untuosas.

Yo notaba en las venas de mi cuerpo que deseaba salir de aquella jaula de oro, donde todo era perfecto y mi tiempo estaba ajustado a los deseos de mis amos, humanos buenos aunque algo manipuladores.

Un día mi ama dejó la puerta de la calle de nuestro hogar abierto, una rendija lo justo para  poder salir yo a la calle. Una súbita energía entró en mi cuerpo  cuando me vi solo en una plazoleta, oía el ruido de los vehículos y las piernas de los humanos que iban de un lugar a otro. Por fin había conseguido la libertad, pero ¿dónde ir, qué hacer?

Cuando llegó la noche me invadió la nostalgia del hogar abandonado y el suave tacto de mi cojín de dormir. Encontré un hueco bajo un banco de piedra. Allí me acurruqué para intentar dormir cuando una voz melosa, de una gata callejera, me preguntó. ¿Qué haces ahí acurrucado en una noche estupenda de luna llena? Me hizo ver que era durante  la noche cuando se flirteaba entre gatos y gatas. Es la hora de la cópula dorada, creo que me dijo. Nunca supe lo que era aquello, aunque sentí un extraño hervor en mis venas cuando contemplé de cerca a aquella hermosa hembra. Nunca sentí tal sensación. Me gustó.

Pasaron días, meses y casi un año desde mi fuga del hogar de amorosos amos. Me apañaba cuando aprendí a buscar comida en los cubos de la basura y en las papeleras del parque. Una vez tuve que trepar a un árbol huyendo de un gato enorme, feo y tuerto que, por lo visto, era el matón de la banda. Menos mal que era tan pesado y gordo que no pudo subir para atacarme. Cuando lo atropelló un coche la vida fue más fácil para mí, tenía comida y novias en cantidad aunque pasaba un poco de frio por las noches. El invierno estaba llegando.

Un día que lloviznaba y tenía mucha hambre pasé bajo una ventana donde, tras los cristales, contemplé como  dos ancianos veían la televisión. No lo pensé, di un salto al alféizar  y maullé lastimeramente. Uno de los humanos se levantó y me habló suavemente, un síntoma de que me había aceptado. Sacó un platillo con comida que devoré al instante y luego me marché a dormir donde pude.

Al día siguiente hice la misma operación, maullé sollozando y me sacaron un plato de pienso parecido al que me ponían mis antiguos amos. Me harté y me eché a dormir allí mismo, bajo la ventana. Al rato me abrieron una puertezuela y vi un vieja y cálida manta donde me eché para dormir como hacía meses que no lo hacía. Desperté y comprobé, lleno de ternura, que el platillo de pienso estaba lleno y al lado, un recipiente con agua. Los ancianos me habían dejado la puerta de la calle entreabierta para darme a entender que no me encerrarían y que yo saliera al exterior si así lo deseaba. 

Llevo un tiempo amparado por estas bellas personas, que no desean someterme, subyugarme ni encerrarme. Respetan mi libertad. Me dan de comer y beber y alojamiento cuando yo lo deseo, mientras tanto vivo mi  libertad en la calle, que tanto me gusta. Hago lo que quiero porque se que ellos, esos  humanos, me tienen asegurado, comida y techo. Me gusta más la libertad incierta que la comodidad del sometido. Reconozco que soy un  gato ácrata, sin sujeciones ni compromisos afectivos. Soy libre, muy libre,  pero con esos matices pequeños burgueses que tanto me gustan. 

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