No todas las madres fueron buenas

No todas las madres fueron buenas


El novelista Javier Tomeo escribió una obra que tituló "Madres posesivas" (1985).

Parafraseando a este autor me inspiré para recordar que hasta bien entrada la década de los años 60, en España, la mayoría de los hijos e hijas obedecían ciegamente a sus padres y que en algunos casos, estos, los padres, abusaban impunemente de esa docilidad. 

Recuerdo dos casos, de los muchos que tengo archivados en mi memoria, de hijos adiestrados, decir educados sería una perogrullada, que bajo la premisa del amor filial redujeron a sus hijos a una auténtica esclavitud importándoles un bledo la felicidad y la libertad de sus vástagos.


 

Caso 1)

Viviendo yo en Sanlúcar de Barrameda, en la Baja Andalucía, conocí a una familia que tuvieron cinco hijos varones. En aquellos tiempos las madres sin hijas pensaban que era su deber "apartar" a uno de los hijos, el de carácter más débil y dulce, para adiestrarlo y afeminarlo (convertirlo en una nena sin serlo) pensando así que se quedaría soltero para  dedicarse en cuerpo y en alma al cuidado de sus ancianos padres.

 Este chico al que conocí personalmente porque vivía cerca de casa, era muy grato de trato. De pequeño su madre lo vestía como a una niña y más tarde, con 7 o 9 años de edad, la madre lo protegía en exceso de las batallas campales que hacíamos en la calle tras la salida del colegio.

 Tuvieron que sacarlo del instituto porque entonces no existía bullying sino una crueldad de los compañeros de estudio a todo el que pareciera un afeminado, un marica.

Julio no hizo la mili por la vena que se le notaba a legua y a principios de los años 60 marchó a Barcelona a buscarse la vida y principalmente, se supone, para alejarse de aquella madre tan posesiva.

Una vez que fui a mi pueblo me contó un amigo sanluqueño que Julio, a sus 43 años de edad, había regresado a Sanlúcar, casado y con dos hijos y que  había montado un salón de belleza por todo los alto en una zona elegante de la ciudad. Creo, dijo mi informante, que al verse allí, en Barcelona, sin la untuosa protección de su madre se masculinizó, luchó por la vida y se dio cuenta que era una persona como tu y como yo ¿me comprendes? Apostilló con cierta intención Paco.

Hago una aclaración. En toda la zona costera gaditana, desde siempre hasta, quizá, inicio de los 60 abundaban esta nefasta costumbre, la de afeminar a uno de los hijos para convertirlo en "la vejez" (en cuidador) de su madre anciana.


Caso 2)

Otro asunto de madre posesiva. En este caso con una hija, muy "poquita cosa", tímida y temerosa de los hombres por mor de su madre. 

Adela en su juventud salía con sus amigas y le gustaba ser agasajada por los chicos de su edad. La madre, que quedó viuda en su cincuentena, vio que se le iba de las manos el control parental temiendo quedarse sola si se casaba su hija única. Sola con la vieja chacha, la enorme y destartalada casona y sus extensas fincas de olivares.

-Mira Adela, dijo una vez a su hija, no me gusta ese joven. Va por tu fortuna, él es un matado que vive de un sueldecillo del ayuntamiento.

-Mamá pero es muy respetuoso conmigo. Ni me ha cogido la mano.

-Sí, sí. Fíate, se hacen los tonticos y después ya no pueden parar.

Como Adela, entonces, no hacía totalmente caso a su madre, seguía saliendo a sus veinte años de edad, cons sus amigas y amigos hasta que la bruja de la madre ideó disimular una invalidez que la postró en cama supuestamente paralítica. No podía caminar. El médico no encontró nada anómalo en la viuda enferma. Sus reflejos clinicomusculares eran normales. Sería un caso de enfermedad psicosomática, dijo el doctor a la atribulada hija.

 La madre no se movía para nada de la cama, siempre  con sus ayes y sus dolores. Adela ya no podía salir de la casa porque su madre decía que si se veía sola le podría pasar algo malo.

-Tu madre lo que tiene es mucho cuento, es una dominante -le decía la chacha. Aquella vieja criada de 80 años de edad que vivía en casa desde tiempos inmemorables.

Adela se acerca en la actualidad a los 60 años de dad. La madre sigue viva e incordiando, ahora con razón porque  se ha convertido en una momia encamada. Ya no se puede mover de verdad, se ha hipotrofiado  por falta de movilidad. Pero no se muere. No se muere la muy bruja, aunque sigue siendo la causa de la infelicidad de su hija que, idiotizada por la larga enfermedad ficticia de la madre, ni se da cuenta del tiempo desperdiciado de su propia vida.  

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