Sueños sanadores (Un cuento)

Sueños sanadores  (Un cuento)


Adela se despertó aquella mañana por el suave balanceo en el hombro que la doncella le aplicaba con ternura. 

-Señora, señora, que son las diez y amaneció un día precioso- casi murmuraba Juana, la doncella de confianza. 

Adela abrió una par de veces los párpados como un ejercicio para espabilarse antes de tomar, en la cama, un café negro sin azúcar, saltar después del lecho, desnudarse con  la ayuda de su sirvienta y meterse en la ducha dando un gritito cursi de alegría o de sorpresa esperada.

Mientras que le caía el agua cálida sobre su escultural cuerpo recordó que había quedado con Cuqui, la esposa del embajador de Citrania, para montar a caballo por la Pradera del Pico, junto al club hípico.


Adela se puso rígida mascullando palabras soeces cuando el despertador sonó. Eran las 6:00 am. Se vistió deprisa; tomó un yogur como desayuno y salió a la calle corriendo hacia la estación de cercanía de Villaverde. Tenía que estar a las 8 en punto en Limpieza Angélica, cerca de la plaza de Cibeles de Madrid. Todas las mañanas el mismo ritual, distribuir a las limpiadoras a las oficinas para quitar la suciedad en esos lugares donde trabajaban apuestos caballeros trajeados y mujeres pechugonas de minifaldas imposibles. Puto trabajo el que tengo -se dijo Adela mientras retorcía la fregona. Tengo 54 años de edad, estoy separada sin hijos, afortunadamente, y gano lo justo para sobrevivir. Con este cuerpo de aldeana que tengo no puedo ganar un extra, como otras compañeras hacen, para trabajar de call-girl o como se llame y ganar unos euros extras en mis días libres. 

Lo único que me ayuda a soportar este calvario son mis sueños. Tan bellos, tan casi reales que me apena despertar. Siempre sueño con bellas aventuras, con situaciones maravillosas donde yo soy una dama bella, seductora y encantadora que  embriago con mi sola presencia a todo caballero que se me acerca.



Aquella noche Adela soñó con las luces de las arañas de cristales de Swaroski desprendiendo gotas de colores sobre su modelo de noche, exclusivamente diseñado para ella por el atelier de Versace. Adela estaba imponente, con unas curvas armónicas, desde las caderas hasta sus pechos. El brillo de sus bellos ojos atraía todas las miradas de aquellos apuesto caballeros de suave sonrisa y turbulentos deseos. Ella se sentía flotar bailando al son de una suave melodía y notaba el tibio calor de un galán que la abrazaba y le decía al oído palabras incomprensibles, pero deliciosas. Olía a un perfume  varonil de Rabanne. 


Adela agitó su cabeza para desprenderse del olor a ajos del aliento de Jacinto, uno de los encargados de Limpieza Angelines que le ordenaba salir corriendo hacia Oficinas Peláez para dejar el hall de entrada limpio y tan reluciente como el hall del Ritz.

Adela llegó sudando y oliendo ella misma a cebolla por el sudor acumulado bajo su bata de trabajo. Llevaba más de seis horas de aquí para allá limpiando y limpiando suelos. ¡Vaya futuro que tengo! -se dijo mientras encendió un cigarrillo, a escondida, en el cuartillo de los trastos. Estoy deseando llegar a casa, ducharme, comer rápido y acostarme pronto para soñar con algo bello. Como todas las noches. Es lo único que me motiva para seguir luchando.


 

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