Cuando los jóvenes no éramos tan así

Cuando los jóvenes no éramos tan así


El trío de los moteros 


A finales de la década de los 50 del siglo pasado no todos los jovenes podían disfrutar de una vida algo regalada. El hambre y la miseria rondaba al 70% de los españoles. Los que por suerte podíamos zafarnos de esta situación disfrutábanos con pequeñas pillerías como coger la moto, a escondida, de un pariente para pasear a la edad de 16 o 17 años sin permisos legales ni familiares.

En julio y agosto el calor es terrible en el sur del sur. La siesta era la hora que escogíamos mis dos amigos y yo para sacar las motos sigilosamente de sus lugares de cobijo  para dar un paseo con ellas.  A mis 16 años de edad cogía "prestada" la moto de mi primo Pepe, una Guzzi de 75cc con la que tenía que pasar por delante del cuartel de la guardia civil para bajar al Barrio Bajo donde me esperaba mis amigos. El agente de puerta, se me quedaba mirando fijamente aunque nunca me paró. Mi amigo Paco tomaba prestada la Vespa de su padre y Joaquín la magnífica Lube NSU de su abuelo. 

Teníamos el tiempo cronometrado, de 3 a 5 podíamos pasear para dejar las motos guardadas en casa antes que despertaran los parientes. 

Hoy podemos ir a Chipiona -sugirió Paco- eso es muy lejos y no nos va a dar tiempo, replicamos. Aquella estrecha y bacheada carrera a Chipiona parecía inteminable. Disfrutábamos de lo lindo pilotando nuestras monturas, a la vuelta nos cruzamos con dos policia de tráfico, de la demarcacion de Jerez, que se pasmaron a ver a tres chavales sobre las motos.

Cuando no hacíamos carrerillas entre nosotros marchábamos en fila india. Yo iba a la cola y miré hacia atrás para ver como los de tráfico habían parado e intentaba dar la vuelta en aquella estrecha carretera con sus enormes Sanglas. Avisé a gritos a mis colegas y Joaquin nos indicó que le siguiéramos. Nos metió por un callejón de arena, entre chumberas, que salía a la Jara, una playa cercana a Sanlúcar. Los de tráfico no se decidieron a seguirnos, creíamos que por la arena suelta  o porque su ruta solo sería la de Jerez-Sanlúcar-Chipiona.

Nos libramos por los pelos, no de la policía sino de nuestros parientes ante el miedo de no poder tomar prestadas las motos con las que tanto disfrutábamos.


Luis, un arqueólogo de pueblo

Frente a la casa de Jacinto vivía Luis, un electricista amante del arte y de la arqueología. Su sueño era,  confesó a Jacinto, poseer una escarabeo egipcio.

 Un día llamó a Jacinto para mostrarle su altillo. Jacinto quedó impresionado por la cantidad de libros de arte que allí había y por su tesoro: un pie de mármol, un fragmento de una escultura romana que alguien encontró y se la regaló.

En un cicomotor Mobilette Luis y Jacinto marcharon hacia la Algaida para ver unas ruinas de una pequeña factoría de salazones romanas, pero que él creía que era de origen fenicio.

  Sufrieron lo suyo para llegar a Bonaza en aquel débil vehículo y peor aún cuando se acabó el asfalto y circularon por una carretrerilla de tierra camino a la Algaida. 

La cintura de Jacinto se resentía de los traquetazos del ciclomotor y los derrotes cuando patinaba la rueda trasera en el camino de tierra floja.

Ya llegamos -dijo Luis a Jacinto- esto es historia, amigo, mostrando a ras de suelo unas piedras desparramadas y un socavón en la arena. Fíjate en el lugar donde estabn los pilones para la elaboración del garum, fíjate en aquel lugar donde estaría el envasado, todavía se ve trozos de cerámica. Jacinto por mucho que lo intentaba no veía nada. Solo lo que él consideraba los restos de un chozo derrumbado.

Jacinto -escuchó un día la voz de Luis- ya me comprè la MV Augusta de 125 cc con ésta bestia ya podemos viajar sin miedo a quedarnos tirados en la carretera. Te tengo preprado una exploración en busca de la corta, una canal que hubo entre el Lacus Ligustinos, cerca de Trebujena, pasaba por Asta Regia y desaguaba en el Guadalete.

Vale, vecino. Cuando quieras hacemos la exploración -contestó Jacinto pegando la última calada al Chester antes de entrar a casa. 

 

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