Un cuento para febrero

Un cuento para febrero 

La cerillera

Adela había estudiado enfermería contra su voluntad, para ganarse el pan, como decían sus ancianos padres. Adela desde muy joven quiso ser escritora, contadora de cuentos e historias inventadas o vividas por otros. Adela, desde hace cuatro años, trabaja en el Asilo Municipal de la Ciudad. Ni le agrada ni le disgusta, es una forma de ganar un salario como casi todo el mundo.

Adela conoció en la residencia a una anciana que le sirvió de fuente para poder escribir una novela. En su libro de notas la enfermera escribió:

"Julia es una anciana de mirada extraña. Es muy observadora y callada y mantiene una inteligencia clara pese a su avanzada edad. 

Una vez me dijo -anotó Adela en su bloc- ya sabes que nadie viene a visitarme con la cantidad de amantes importantes que tuve en mi mocedad, cuando era la puta mejor cotizada de Madrid. Te digo que yo era una hembra de llamar la atención. Un periosdista escribió en los papeles que yo era una Ava Gadner de postín que sobresalía entre todas las mujeres que pululaban por Chicote.

Yo no era de Madrid. Yo nací en el barrio de las cuevas de Guadix. Ya de niña, me dijeron, resaltaba por mi estatura y donaire entre la chiquillería. Recuerdo, cuando yo rondaba los catorce años de edad, que una misión de la Sección Femenina  visitó las cuevas para hacer un reconocimiento a todos las niñas y los niños de uno a trece años de edad ya que era alarmante los numerosos casos de malnutrición, de tuberculosis y de polio que afectaba aquella zona. 

Entré en un cuarto donde en presencia de una dama de la SF, de una enfermera y del médico éste me invitó a desnudarme y quedarme solo en camisa. El doctor, un hombre rechoncho con cara de San Bonifacio, me auscultó y me tocó en varias partes de mi cuerpo recién lavado y me preguntó la edad, trece para catorce, contesté. Sus ojos me miraban con insistencia fijándose demasiado en mis dos medias naranjitas.

El caso fue que a la semana del reconocimiento una de las damas de la SF visitó mi casa-cueva y preguntó por mi padre para pedirle autorización para que yo pudiera ser adoptada por la familia del doctor. Éramos seis hermanos, yo la mayor, y fue un alivio para mis padres poder prescindir  de una boca.

Me veo con claridad cuando llegué a la casa del doctor Palomeque y la esposa de éste me entregó a una criada para que me escamondara, me lavara toda, desde los pelos de la cabeza a los pelillos del chichi, y después, me vistiera con prendas nuevas compradas en los Tejidos Buenos Aires.

No se cuando sucedió pero el gordo y amable doctor comenzó a acostarse conmigo. Todo el mundo lo hace, nena, y antes o después tu también lo harás. Disfruta y pórtate bien, que conmigo de padrino nunca te fatará de nada.

Yo deseaba cumplir los 21 años de edad para alcanzar mi mayoría de edad y poder salir de aquella casa, donde me educaron, me alimentaron y donde aborté.

De Granada marché a Madrid y allí viví estupendamente. Yo no era del montón, conseguía mucho dinero y regalos. Vivía en un precioso piso de la calle Leganitos, que pagaba uno de mis amantes. Era una marquesa ¿qué digo? mejor, tenía hombres guapos que comían en mis manos. Vivía independiente y me invitaban a fiestas y saraos de gentes distinguidas donde conocí a un marqués, un  crápula del que me enamoré locamente y que años después me arruinó debido a que era un señorito jugador, morfinómano y dilapidador de una herencia familiar y después, de todos mis ahorros.

Pasaron los años y yo me hice mayor, quedando muy debilitada tras sufrir una grave enfermedad que me contagió el marquesito. Lo peor de todo para la gente de mi oficio, las que no supieron o supimos ahorrar es la vejez y la miseria. Yo ya no era capaz de atraer ni a un gañán. Me pasé al gremio de las pajilleras por unas pesetas, pero no era rentable. Había mucha competencia. Cada año que pasaba caía más en la miseria. Vivía en el hueco de una escalera de una casa de vecinos, por Embajadores. Una pena, hasta que un antiguo cliente me compró una cesta plana de mimbre, una banqueta y varias cajas de cigarrillos y cerillas que yo revendía, cigarro tras cigarro, en plena calle, en una esquina de la glorieta de Bilbao.

Estaba hecha un cisco, atacada de reuma y desnutrida hasta que apareció un buena mujer y me habló del recién inaugurado Asilo de Ancianas Cerilleras donde gestionó para que me ingresaran.  Tiempo después pasé a esta residencia donde estoy y te hablo"

Muy fuerte, muy fuerte, se dijo Adela no refiriéndose al vaso de ginebra que tomaba sino a la historia de aquella anciana residente. Aquí puedo hallar materia para desbancar cualquier novela de Joyce o de Balzac. Julia es una mujer relativamente educada que posee grandes recuerdos de muchas personas de la vida madrileña con sus nombres y apellidos. Una época de estraperlo en la España gris.

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