El alemán sospechoso

El alemán sospechoso. (Un relato vivido)


Luis me invitó un domingo para acompañarle a la casa de un hombre peculiar que vivía en mitad de una zona asilvestrada, a los pies de Sierra Nevada y lejos de cualquier núcleo urbano. Era mediados de los años 70

Llegamos a la casa del alemán, no importa cual era su nombre, al mediodía. Vimos aparcados tres coches en la explanada frente a la entrada del chalé. ¿Más invitados? -pregunté a Luis.

Nada más aparcar salió el orondo alemán a recibirnos con una amplia sonrisa. Estaba muy cercano a los 80 años de edad, pero aún se encontraba ágil y fuerte. Llevamos una garrafa de dos litros de vino de Pinillos y un pan redondo, de corteza gruesa y miga prensada, del día, que compramos en Huétor además de una ristra de chorizos que comenzamos a devorar nada más ver los "inventos" del nazi, como le apodaban algunos conocidos.

El alemán hablaba un excelente español ya que nos contó que desde que acabó la guerra en su país se vino a España viviendo en diferentes lugares hasta que compró este lugar aislado y bello para pasar sus útimos días en soledad y reflexión. En realidad nunca nos dijo que él perteneció al partido nazi, al menos hasta que nos bebimos la garrafa de vino peleón. Nos contó que él era uno de los miles de soldados derrotados que abandonaron su patria al finalizar la contienda.

Le preguntamos por los tres coches y nos dijo que era una medida de seguriddad por si alguien suponía que él estaba solo en casa. Sus inventos eran curiosos. Un sistema para calentar el agua por el sol y un cargador de batería, que era una dínamo movida por el viento. Lo justo para tener un poco de electricidad por las noches y poder escuchar la radio. No tenía otro artefacto eléctrico en casa. Su arma de defensa era una escopeta de aire comprimida con un trozo de tubería de alta presión en la punta del cañón donde introducía un cartucho de caza del 12. Nos hizo una demostración y aquello fue atronador.

Cuando nos bebimos los dos litros de vino y nos comimos la cuerda de chorizos con grandes trozos de pan, las bocas se abrieron y fue entonces cuando el alemán dejó entrever sus ideales, hermosos para él y extraños para nosotros aunque muy interesantes.

Un par de años después me dijo mi amigo Luis que el alemás había muerto de un ataque al corazón. Que un agricultor que subía a su haza lo vió sentado en su mecedora a la puerta de su casa un día, dos, tres y dedujo que estaba frito. Y así fue. 

¿Qué pasaría de la casa, de los tres coches y de sus inventos?


 

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