Un cuento historico: "Conas tá tú "

Conas tá tú  ¿Como estás tú?

La anciana me preguntaba con insistencia en su extraña lengua: Conas tá tú, que en inglés, que yo apenas entendía significaba, How are you?

Al cabo de unos días apareció una joven ante mi cama, era una de las dos nietas de la anciana y me explicó en inglés, que yo entendía un poco, que su abuela sólo hablaba el idioma de los celtas, irlandés.

Escribiendo estas líneas años después recordé con tristeza aquella derrota de las tropas auxiliares españolas frente a los ingleses en  Kinsale. Yo tenía unos viente años de edad y recuerdo que nada más desembarcar sentí como un pedrada en la cabeza y cuando abrí los ojos me hallaba en un jergón de una pequeña y oscura choza  con la anciana hablándome en su jerga.

Una pena de españoles, me refiero a los que perdieron la vida para ayudar a la católica Irlanda de las garras de los ingleses protestantes: amos, señores y déspotas de aquella gran isla.

 Parece que lo estoy viendo, fue en enero del año 1602 cuando me alisté como soldado en un puerto de Galicia junto con otros 3.500 hombres. 

Todo llega y todo pasa, dicen en mi pueblo. Han pasado años de aquella aventura de Kinsale y ahora estoy en Sevilla esperando poder embarcar para el Virreinato de Nueva España.

Repaso lo escrito y sonrío con melancolía:    "Aquellas tres mujeres fueron unas buenas cristianas que se portaron conmigo lo mejor que pudieron. Me contaron que me encontraron inconsciente y sangrando por la cabeza. En vez de entregarme a las autoridades inglesas, que buscaban casa por casa a los piratas españoles, me ocultaron, me alojaron y me curaron. 

¿Cómo se llamaba la hija mayor? No lo recuerdo pero para mí lo extraño era que siempre vestía como un hombre, llevaba el pelo casi a rape, tenía siempre la tez sucia, después supe que adrede, para espantar a posibles merodeadores de una casa donde solo se veían mujeres y ningún hombre para protegerlas. La hija mayor era una mujer grandota, hermosa se podria decir, de anchas espaldas y fuertes brazos. Entre las tres mujeres, la anciana y las dos nietas y más tarde yo, cultivábamos patatas en un trozo de tierra que eran de ellas más una parcela grande donde crecía trigo, propiedad de un sir británico.

Paddy, creo ahora recordar como se hacía llamar la supuesta andrógina, era una fiera trabajando,  trabajaba por todos. De hecho los cuatro primeros meses que me alojé en la casa creía tratar con un hombre de pelo en pecho hasta aquel día, que por azar, ya entrado el verano y con el sol pegando fuerte decidí ir a la poza del pequeño arroyuelo, que estaba no muy lejos, para bañarme y allí me la encontré. Paddy estaba completamente desnuda y se refregaba todo el cuerpo con arena, el jabón de los pobres. Era una mujer tremendamente hermosa, casi voluptuosa, bien construída, no muy guapa, de ojos negros y con unos senos medianos  firmes.  Supuse que a su edad y con ese cuerpazo ya estaría  necesitada de algo diferente. Me vio y no se cubrió, permaneció desnuda con su aseo y me indicó, más por señas que por palabras, que me desnudara y me bañara junto a ella. 

Al día siguiente, cuando la anciana encendía un mísero fuego de turba, Paddy me saludó con una media sonrisa y me ordenó terminar de cavar aquel bancal junto el arroyo.

Curiosamente, la anciana y la hija menor, que parecía que le faltaba un hervor, y la propia Paddy, siempre disfrazada de hombre, asistían todos los domingos al servicio religioso de la Iglesia Protestante de Inglaterra.  Había que aparentar. El "chico" no cantaba porque dijeron que se había quedado mudo de unas fiebres malignas.

Los días pasaron sin demasiada prisa. En la choza estuve refugiado casi dos años con el único aliciente de ir al bancal, junto al arroyo, cada vez que me lo ordenaba Paddy. Ella siempre era la directora del sarao y yo, el joven español, solo tocaba el bombo.

Un día supe de un barco español que descargaba vino de Sanlúcar de Barrameda en el puerto de Galway. Alli me dirigí y burlando la vigilancia inglesa subí  a bordo. Por fin pude escaparme de un infierno relativo. Confieso que en parte me acostumbré a aquella vida  tan pobre que no me sorprendía para nada pues en mi aldea de Galicia vivía aún peor y para colmo no tenía a ninguna Paddy que me consolara"

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