Autarquía familiar

Autarquía familiar


Don Jacinto de las Lanzas, un gran propietario de tierras y bienes inmobiliarios fue el último patriarca y cabeza de familia de la España sureña tradicional. Dueño de todo lo que podía incluyendo a su extensa familia: cinco hijos y dos hijas casadas por la iglesia, como se hace en las buenas familias;  todos ellos dependientes para vivir de la fortuna del pater familia. Adela, la esposa de Jacinto, afectada de un leve cretinismo, ni pintaba ni opinaba; ella con sus telenovelas era feliz.

Aquello era insoportable para el cacique andaluz.  Tras la muerte del Victorioso España caería en un maremagnun de tropelías y sinsentidos. El año 1974 comenzó con mal pie. Atentados de grupos terroristas, con una economía nacional a la baja y unos políticos, esa gente proveniente de los estratos sociales más bajos pretendiendo gobernar un país con fama de ingobernable: España. 

No, a él no le pillaría por sorpresa este dislate. En su gran finca Los Gallardos, un antiguo palacio rural del siglo dieciocho, totalmente renovada y adaptada para sus planes, don Jacinto recluyó, "voluntariamente" a los sietes matrimonios con sus correspondientes patulea de hijos, nietos y nietas. Todos aceptaron la idea de papá. De lo contrario serían desheredados o mal heredados que es casi igual.

Todos los hijos e hijas habían iniciados estudios universitarios aunque solo dos consiguieron titularse los demás opinaban que para qué, si eran millonarios. El padre omnisciente distribuyó las labores básicas dentro de la residencia. No hay que salir de aquí para nada. Nos aislaremos de esa chusma del exterior.  Tenemos todo lo que necesitamos, hasta un teléfono y agua caliente en los baños. 

Marta, la hija titulada en filosofía, la que queria correr mundo y vivir entre unos inditos del Amazonas, ahora con cinco hijos y dos criadas fue la destinada para montar una escuela para sus hijos y sobrinos.

 El hijo mayor de don Jacinto, que siempre fue taciturno e introvertido pero que terminó la carrera de medicina, aunque nunca ejerció, montaría una clínica familiar y una botica dentro del recinto. Los casos graves, que Dios no quiera que suceda en nuestra familia, decía el cacique, serían tratados en la clínica privada Macarena.

 El hijo que quiso ser economista, pero que nunca pasó del primer curso, sería el contable y ayudante directo de papá aconsejados ambos por su gestor financiero en la capital. El "economista" y papá fueron los únicos que podían usar el teléfono. Jacintillo, su hijo menor, aquel botarate que no servía para nada en su juventud y que casó con una moza pobre del pueblo  que dejó preñada y ahora con siete hijos, sería  el encargado de la la ganadería y el otro hijo, el más tontico, porque se parecía a la madre, sería el responsable de supervisar al personal, incluyendo a sus hermanos, a los niños y a los veinte jornaleros que junto a sus familias vivían en los aledaños de la casería.

Nada de radio, ni de prensa escrita, ni televesión, excepto el televisor de mamá que está en su dormitorio para sus novelas. El mundo exterior estaba contaminado, era tóxico para criar  y educar a una familia como Dios manda. Tenían de todo y sobraba dinero para hacer y deshacer al gusto del patriarca.

¿Fueron felices? Por supuestos que no, los hijos estaban ocupados en sus nuevos trabajos mientras que sus esposas se aburrían con tristeza, estaban hasta el moño de cuidar las rosas del jardín y de mimar a los perritos y a los gatos de palacio. Los niños y niñas, que formaban un gran prole, iban a la clase de la reprimida licenciada en filosofía y jugaban, en el recreo y en su tiempo libre, en los cinco patios principales del palacio. Nunca salieron fuera del recinto aunque veían a los hijos de los jornaleros jugar y sobre todo contemplaban aquel  inmenso cielo azul que se perdía en la lejanía del horizonte.  Eran niños y como todos los niños no aspiraban a otra tipo de vida.

Con la Democracia llegó el escándalo a Los Gallardos. Las leyes iban a cambiar y hasta el punto de que las mujeres podrían abrir una cuenta corriente en el banco sin permiso de sus esposos. ¿Dónde vamos a llegar? ¿Y las leyes de la herencia? ¿Y los derechos de padres a hijos y de estos a sus padres? ¡Qué locura, qué sin-Dios!

Aquel mes de junio del año 1977 fue tremendo pero no tanto como cuando ganó las elecciones un partido de izquierdas en el año 1982. 

Todas las fantasías autárquicas de don Jacinto se vinieron abajo. Los hijos exigieron lo que antes suplicaban. Las esposas se marchitaban encerradas en aquella jaula de oro falso. Con el tiempo y las ciscunstancias, el gran capital se fraccionó y don Jacinto, en su impotencia quedó como alelado y quiso meterse a monje cartujo, aunque se quedó residiendo para siempre en la gran finca acompañado de su boba esposa y con media docena de ancianos sirvientes. 



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