El síndrome de la Fontana de Trevi

 El síndrome de la Fontana de Trevi


Dicen que si algún turista contempla la bella Fontana de Trevi y arroja una moneda tendrá la suerte de volver en otra ocasión. Jacinto ya conocía esta pueril costumbre y no lanzó moneda alguna cuando la visitó por primera vez y según explicó a su esposa lo que él deseaba era poder viajar a otro lugar diferente cuando se le presentara la ocasión, pero no volver al mismo lugar existiendo tanto por ver en todo el mundo.

Hay persona que la rutina y la repetición le da seguridad y confianza en sí mismo. Por el contrario hay otras personas que le adormece la rutina. Un ejemplo que ilustra lo comentado es la de aquel caballo que daba vueltas y vueltas a la noria convencido que era su única formara de poder comer cada día desconociendo que el caballo-colega que galopa en la pradera, come cuando encuentra comida pero disfruta de algo tan hermoso para él y para la mayoria de los humanos que es la libertad.

 La libertad tiene un precio que es la relativa inseguridad aunque la seguridad en el trabajo, en la familia y en lo conocido aliena a las personas.

En la década de los años 80 y principios de los 90  se propagó el bum inmobiliario de la segunda residencia. Personas de la clase media que habían liquidado las hipotecas de sus viviendas fueron inducidas a adquirir una segunda vivienda en los pueblos de la costa. Era un motivo de ostentación poder decir entre los colegas y los amigos que tenían un "apartamento" en la playa. No siempre en primera línea de la costa; algunos de estos mínimos y ridículos pisitos estaban a bastante distacia de la linea de la playa y sobre todo con  graves problemas de aparcamiento y de ruidos callejeros hasta el amanecer por mor de las terrazas de los bares y tabernas de verano instalados en las aceras.

Jacito y Adela, ambos trabajaban y entre los dos tenía unos ingresos generosos. Cuando terminaron de pagar la hipoteca de su residencia habitual Jacinto dijo que por fin estaban libres de tanto pago y que ahora vivirían con tranquilidad y que viajarían en vacaciones y que cambiaría de coche y... No y no, le constestó Adela, que ellos debían ser iguales como sus compañeras de trabajo del banco. Comprarían un apartamento en la playa, no faltaría más. 

Qince años después vemos a Jacinto y Adela en Motril encerrados en aquel ridículo y repintado piso, sin aire acondicionado y con un gravamen anual enorme: que si hay goteras en la terraza, que si hay que renovar  los ascensores, que si hay que pagar la comunidad de propietarios más las tasas municipales y otros muchos gastos. Los hijos cuando se hicieron mayores prefirieron viajar en vacaciones con sus amigos. Ellos, Jacinto y Adela, a punto de jubilarse, opinan ahora que con el dinero que han gastado en el mantenimietno del piso "de la playa" más los quince años pagandos la hipoteca podrían haberse alojados, todos los veranos, en los mejores hoteles de las costa españolas.

 ¡Cómo caímos en la trampa de los promotores  y de las inmobiliarias! 


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