Madrid y aquellas Salas de Juventud (1966)

Madrid y aquellas Salas de Juventud del año 1966.


Sostiene Jacinto que lo que más le gustó del Madrid del año 1966 fueron, entre otras cosas, sus Salas de Juventud diseñadas para que los jóvenes bien de la sociedad madrileña se divirtieran con "clase" y civilizadamente.

Cuenta el empresario Jesús Nuño como inauguró la primera Sala de Juventud en Madrid en el año 1961. Explicó que dichas salas eran en realidad unos night-club ideados, por el momento y la situación, para que los jóvenes entre los 21 y 35 años de edad bailaran y escucharan a los mejores artistas de la época, pero en horario de tarde, de 5 a 10 En realidad estas salas eran muy chic, solo admitían parejas ya que no era un lugar para ligar. Ellos, los chicos, debían vestir chaqueta y corbata y ellas faldas y zapatitos de tacón, nada de pantalones ni de zapatos planos. Los precios, recordó Jacinto, un asiduo a estas salas, eran de 300 a 500 pesetas por pareja, con  una consumición incluida para cada uno.Entonces estaba de moda tomar un gin tonic o un sanfrancisco (zumo de naranja con vodka, creo) , el cubalibre era visto como algo más plebeyo. 

El entonces jovencísimo empresario Jesús Nuño abrió el Club Imperator y el Club Canciller. Dos excelentes lugares para ver actuar y poder bailar al ritmo de los mejores "conjuntos" (grupos musicales) de la época. 

Jacinto como trabajaba de 8 a 3 tenía toda las tardes libres y con mucha frecuencia, acompañada de una compañera de ocasión, acudía a estos locales donde actuaron los Pekeniques, Salomé, los Diablos Negros, ls Continentales, los Canarios, Raphael, Miguel (Mike) Ríos, los Sirex, Nino Bravo, Four Tops, Massiel, Kurt Savoy, Tito Mora, Robert Jantal, Miki y los Tonys y otros muchos que no recordó  Jacinto.

Lo que sí recordó Jacinto, sostiene éste, es la atmósfera posh, aunque algo teatral, del Imperator atendido por solícitos camareros uniformados con chaquetillas rojas que cambiaban el cenicero de la mesita cada vez que veía una colilla de cigarro.  La honestidad de los asistentes y del servicio era notable. Las chicas cuando bailaban dejaban el bolso sobre la mesa así como  Jacinto dejaba el paquete de Camel y el Dupont, imitando a oro, que solo usaba  para sorprender a sus acompañantes.

 El aforo estaba limitado a los números de las mesas con dos o cuatro sillas que rodeaba la pista de baile. Todo limpio, todo inmaculado, todo muy en plan escaparate. Había que dar una imagen civilizada en aquella España de mediados de los años sesenta.

En realidad, me contó Jacinto, todo aquello le gustaba. Un chico de provincia, que trabajaba de delineante en Barreiros, a sus 21 años de edad, se sentía alguien cuando los camareros le decían "por aquí señor" "¿desea algo más el señor?" El ego se convertía en super ego y olvidaba por unas horas que a la mañana siguientes tenía que levantarse a las 6 de la mañana para tomar el bus de la empresa para comenzar su jornada laboral. 

Me confiesa Jacinto que aparte de estas salas también descubrió las revistas musicales donde siempre asistía sentado entre las cinco primeras filas del teatro  "para ver bien". Tampoco olvidó aquellas veladas, en las noches de verano, de lucha libre americana en el Campo de Gas o en la plaza de toros de las Ventas.

 ¡Qué tiempos aquellos!

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