Un cuento para septiembre. Ruta desviada

 Un cuento para septiembre

Ruta desviada


El día era precioso para conducir por el mero placer de conducir su pequeño auto. Finales de verano, mediados de septiembre. Un cielo azul envolvía aquel grato placer acrecentado por una carretera casí vacía de tráfico y con un asfalto liso y bien cuidado. El jubilado, aún no idiotizado por la edad, disfrutaba viendo los extensos olivares y con la música que emitía Radio Clásica. Siempre le gustó Mozart y más aquella mañana que él se sentía exultante.


-¡Qué raro! - se dijo Jacinto cuando vio un control policial en la carretera.

-Buenos días. La carretera está cortada. Debe desviarse por este camino de tierra que sale frente a la gasolinera Zippo y desde allí ya podrá usted circular por el asfalto hasta la ciudad.

-Pero ustedes no son guardias civiles ni personal de protección civil  -protestó Jacinto.

-Pertenecemos a los Agentes Controladores de Caminos. Somos ahora mismo la única autoridad aquí. Si usted no obedece -dijo un controlador con cara de paleto-  lo llevaremos al cuartelillo y allí le explicarán todo lo que  usted desee saber.

-No, no quiero complicaciones. Haré lo que ustedes me digan. Tomaré por ese camino de tierra hasta salir a la carretera asfaltada.

El camino de tierra no estaba en muy mal estado aunque una densa polvareda se levantaba al paso del pequeño vehículo.

-Es raro, dejé de ver los olivares hace un rato y ahora aparece ante mí como una especie de  páramo reseco y feo ¿Dónde estaré? Jacinto se desprendió de las gafas de sol y se frotó los ojos. Allí veo un rótulo: "Amarillo 16 miles"

El anciano no comprendía nada. Amarillo, Amarillo... hasta que vio una gasolinera muy rara y en mitad de la nada. Paró junto a un surtidor de gasolina saliendo de la casilla un hombre casi de su misma edad que vestía unas ropas desgastadas y llena de grasa que dijo: Good morning. We have a beautiful morning today.

-¿Qué pasa, por qué me habla usted tan raro? - casi lloriqueó Jacinto al verse desvalido en aquel horrible y polvoriento lugarejo.

Un chico, con cara de indio, acudió a la llamada del decrépito gasolinero. 

José, que era el nombre del niño de once año de edad, sirvió de intérprete  que le preguntó que qué  deseaba.

-No deseo nada, solo saber que lugar es este.

-No muy lejos del border con Méjico, sir. Usted se encuentra en las afueras de Amarillo, en el Estado de Texas. Y no se preocupe por el idioma. Por aquí la mitad de la gente son mexicanas. Ya encontrará usted trabajo en algún sitio aunque es usted tan...viejo.


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