La paseandera (Un cuento)

La paseandera (Un cuento)


Jacinto se sentó en un banco del Parque del Cristo  para leer la prensa en aquella  grata mañana de finales de mayo. Dos ancianas, que no paraban de hablar, se sentaron junto a Jacinto.

Si Jacinto se hubiese levantado para cambiar de lugar, él sentiría como una falta de educación  hacia las viejas parlanchinas. Aguantó y se quedó clavado en su sillón de tortura.

Una mujer cincuentona, con un aspecto no muy bien cuidado, desaliñada, empujaba una silla de inválido que portaba a una anciana vestida de negro que miraba bobaliconamente un horizonte  lejano: el final del paseo.

 - Fíjate, fíjate - dijo una anciana a otra

- ¿No es esa la marquesita, la que empuja el carrito? 

- Claro que es ella y la inválida es la tía Peñuelas, la que precisamente estuvo de criada en la casa de la madre de la marquesita. ¡Qué cambio!


Jacinto en su afán de escritor diletante pegó la hebra para intentar hallar un argumento para su próximo cuento.


-  La madre de esa no era marquesa sino que fue la ama de llaves de la marquesa de Casagrande.

-Eso lo sabe todo Cazorla. Lo que pasó es que cuando la señora marquesa murió, la ama de llaves alquiló un piso en la Corredera y vivió como si ella misma fue alguien de importancia y se hacía llamar "marquesa".

-Mira, ahí va la hija. Que por cierto la gente dice que la engendró el marqués cuando la ama de llaves era una joven doncella del caserón. 

- Se la daba de aristócrata y decía que su hija sería alguien importante: notaria, embajadora o registradora de la propiedad y mírala, ganándose la vida como paseante de viejas.


Adela, la marquesita, empujaba el carro de aquella miserable mujer que antes  había sido la criada de su casa. Adela al mismo tiempo que empujaba la silla con ruedas se entretenía leyendo los chats en su iPhone.

- "No seas reprimida -escribía alguien- e intenta vivir a tope.

- ¡Qué mentira es la vida! - se dijo Adela esbozando una sonrisa amarga que desfiguraba sus secos y finos labios.

-Mi madre quería que yo fuese una señorita distinguida . Yo dejé de estudiar, nunca pasé del primer curso de la carrera. Me dedicaba a hacer cursillos estúpidos para no aburrirme, másteres decía yo. Se me pasó el tiempo esperando un futuro hermoso o un príncipe azul y lo que llegó fue la ruina de casa cuando mi madre murió y dejó de cobrar la pensión. Yo no era nadie ni nada. La vida es cruel para las pobres. Y dice la boba esa del chat que viva mi vida ¿Qué vida? 


Comentarios

Entradas populares de este blog

Churros (Un Cuento de Navidad)

Altos Cargos Políticos ¿Una nueva Aristocracia?

Un cuento onírico: El ornitólogo