RRR (Regalando Recuerdos Recordados)

RRR  (Regalando Recuerdos Recordados) 


Releo "La forja de un rebelde" de Arturo Barea que en el primer tomo de esta trilogía titulado "La Forja" narra como eran aquellos colegios religiosos de principios del siglo 20. Fueron no muy diferentes a los colegios religiosos de la posguerra como el que yo asistí, como alumno externo, entre los años 1951 y 1955 antes de pasar al Instituto para realizar el bachillerato. 

Barea nos cuenta de la rígida disciplina que los religiosos ejercían en el alumnado. Premio y palo más un empacho de religión torpemente explicada.

Personalmente tuve la suerte de encontrarme entre los mejores estudiantes y por ende recibí pocos palos, aunque no me libré de aquella vara de membrillo con la que me dieron un fuerte golpe en la palma de mi mano que la dejó casi tullida durante unos minutos. Se aceptaba el castigo. Nunca nos quejábamos a los padres. Era lo que había. Si hacía la tarea, los deberes muy bien, como para obtener un sobresaliente o una matrícula de honor,  te regalaban una barrita de regaliz, que podía chupar en clase, y un vale por valor de un punto. Cuando acumulabas hasto cincuenta puntos tenía derecho a ir de excursión. Los niños torpes, los retrasados y los flojos nunca saboreaban el regaliz ni menos aún iban de excursión.

Ir de excursión con los Hermanitos (de La Salle) era todo una aventura. Recordamos que corría la década de los años cincuenta, una época difícìl y pobre para la mayoría de los españoles. Un camión con un toldo y unos asientos de madera nos recogía a la veintena de niños que con las meriendas preparadas por nuestras madres subíamos nerviosos a la caja del Leyland que nos llevaban a los Pinares de la Dinamita o a La Algaida, éste un  remoto y exótico lugar.  

A pesar de la época tan dificil del momento, repetimos, nuestros educadores y padres nos decían, éramos niños de siete u ocho años de edad: cuidado con quien os juntéis. Cada oveja con su pareja, que vuestros nuevos amigos sean de vuestra clase social. 


Barea, volvamos a la novela autobiográfica, era un muchacho con barniz aburguesado. Vestía como un pimpollo cuando entró a trabajar de pasante (de becario se diría hoy) en un banco. Trabajaba como un negro sin ganar ni una peseta, solo con la esperanza que si se portaba bien durante un año podrían hacerle un contrato fijo.

Recomendamos leer los tres tomos de esta obra para ver como era la vida y educación de un muchacho del primer tercio del siglo 20. Nada fácil.  Muy ilustrativa para mostrarnos también lo que era el espíritu de superación y la lucha de un joven de entonces.


Recuerdo que yo mismo le solía decir  a mi hija adolescente: La vida es como un camino, a veces pasa por lugares hermosos y cómodos  y otras veces, sin saber cómo, andas sobre piedras sueltas y angulosas.

También poseo los seis episodios, en DVD , de  teleserie de La forja de un rebelde que reviso de vez en cuando para recordar el desarrollo natural de cualquier persona. Con sus cimas y sus simas. Nunca hay que desfallecer ante cualquier contratiempo, hay que ser perseverante y caminar con orgullo y honor por la senda de la arbitrariedad.

 A mis casi 80 años de edad leer o ver las capítulos de La forja de un rebelde estimula aún mis deseos de superación dentro de la natural decreptitud de la vejez.   

Comentarios

Entradas populares de este blog

Churros (Un Cuento de Navidad)

Altos Cargos Políticos ¿Una nueva Aristocracia?

Un cuento onírico: El ornitólogo