El placer del sufrimiento

El placer del sufrimiento


La mente humana es tremenda. A veces es salvaje y otras veces sumisa. Según unos estímulos determinados hay personas que se sienten bien cuando padecen enfermedades o situaciones desagradables. 

La búsqueda del sufrimiento es casi natural cuando un individuo que lleva una vida rutinaria  excesivamente confortable o aburrida necesita una dosis de padecimiento: esa marquesa que se mete en un barrio de chabolas para practicar la caridad o el hombre o mujer que se mete en un gimnasio y se mortifica con desagradables y duros ejercicios físicos.


Caso número 1.

 Mr. Door era un joven y exitoso broker de 36 años que tenía su oficina en la City de Londres. Era atractivo, ganaba mucho dinero, poseía coches y amantes y aparentamente tenía todo aquello del sueño de cualquier mesócrata europeo. Mr. Door no estaba satisfecho, necesitaba algo fuerte. Ni drogas ni alcohol, remedios de perdedores, sino una emoción perdurable.

Contactó con una agencia de viajes especializada en el turismo de riesgo y por cien mil libras contrató una escensión asistida, por sherpas experimentados, al Everest.

Dos meses antes de la aventura el ejecutivo aventurero asistió a un gimnasio, por recomendación de la agencia de viajes, para entrenarse físicamente ya que su vida sedentaria envolvió su cuerpo con un manto de flojedad y laxitud evidente.

En Katmandú se concentraron 36 turistas-montañeros con una docena de sherpas. Allí pasaron unos días antes de subir a la montaña reina del Himalaya. Mr. Door iba perfectamente equipado, todo de diseño, todo a la última moda alpinista. La cordada comenzó a ascender el pico siendo aún de noche. Aquello era maravilloso. 

El sol ya estaba alto en aquella mañana de verano. No había viento ni nubes en el horizonte. Tuvieron que esperar en una vaguada  a que otra cordada de 60 alpinistas-turistas descendiera. Un tiempo de espera horrible, frío y respirando un aire enrarecido por falta de oxígeno.

Cuando Mr. Door se hizo la foto de rigor en la cima del Everest se sentió pleno. Orgulloso de tal hazaña. El descenso se hizo despacio, la tarde se echaba encima. La cordada era lenta, algunos alpinistas se caían. Había que esperar cada vez que alguien cambiaba su botella de oxígeno. Se hizo de noche. No se veía nada, las linternas no iluminaban nada más que espectros.

Una parte de la cordada se rompió y se despistó de la ruta. No iba ningún sherpa ya que se habían concentrado al principo y al final de la misma.

The Telegraph sacó la noticia: Seis montañeros europeos perecieron congelados, perdidos en el Himalaya, entre ellos el conocido broker londinense Mr. Door. 


Caso número 2.

Adela Cantora. Ama de casa pueblerina de 60 años de edad tuvo que ser ingresada por una enfermedad "de mujeres", como se decía antes.

En el hospital público compartía la habitación con otra convaleciente de trato agradable y educado que hablaba y hablaba de cosas que a Adela le fascinaba. Adela apenas salió de su pueblo y por supuesto nuca viajó por placer. Adela era una mujer que siempre llevó una vida vacía, aburrida e inane con un esposo poco refinado y unos hijos, ya veinteañeros mal educados, egoístas y algo canallas.

Adela le gustaba aquello. Aire aacondiconado en la habitacióm (su casa en el pueblo era un horno), cuatro comidas al día, servida en la cama, baño en la habitación, siempre limpio y bienoliente y un televisor donde podía ver sus teleseries. Un paraíso, a pesar de las molestias de la reciente operación. Cuando su marido la visitó sonriendo para decirle que al día siguiente la llevaría a casa Adela sintió un nudo en el estómago No quería, no. Estaba tan bien en aquella habitación.

¿Que le ha pasado a Adela que la ingresaron otra vez? -preguntó una vecina al esposo de la enferma

-La pobre no está bien. Parece que ha recaído.  Le han hecho prueba y los médicos no han encontrado nada. Pero ella se queja de fuertes dolores en sus partes, como antes.

Habitación número 8B del Hospital Comarcal. Adela acostada en la cama veía Los Ricos también bostezan, su serie favorita. Dentro de poco le llevarán la merienda. La cama de al lado estaba vacía. Esto es vida -se dijo Adela- mientras colocaba bien la almohada para ver la televisión

 



 

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